“De un fueye fogonero y ruin que
afana rosas
y allá en su moro desvelorio las labura,
asma del resale a trotar la rosa umbrosa
de mi amargura;
rosa bufosa...”
y allá en su moro desvelorio las labura,
asma del resale a trotar la rosa umbrosa
de mi amargura;
rosa bufosa...”
Horacio Ferrer
Y así es, como siempre, como
aquel día, todo es silencio. No hay nada que merezca ser dicho, solo queda el
bullicio de lo que nos rodea, que de una forma taladra las paredes del entendimiento, el aire brumoso
de la ciudad se detiene en frente de nosotros, me he acostumbrado a vigilar los
movimientos de las personas, como para adivinar su ir y venir, así como
destreñar aquellos rincones que se ocultan a la memoria con nuestras pequeñas
miserias cotidianas. No hay nada más que decir, como siempre me recorren fantasmas
alrededor de mi cuerpo y la repentina imagen de aquella momentos, espacios,
lugares, van emergiendo dando paso al recuerdo con la solidez de una piedra,
que me regresa ha años atrás en los que conocí
el significado de la palabra belleza, que como una estrella fugaz, estaba
condenada a desaparecer llevándose consigo ese encuentro casual, ese murmullo
de voces, ese pequeño roce que provoco ese breve estremecimiento que me
acompaña hasta el día de hoy, en el espacio mi mente divaga y se pregunta, aún
lo recuerdas.
No hay nada que decir, la
huella de aquel roce de sus labios, intensamente rojos y añorados en muchos instantes
que me hacen encadenarme al olvido, como Prometeo, que una vez y otra, debe
sufrir como un implacable tic tac de un reloj.
“Deseaba emplear el tiempo en algo que me hiciera olvidar, deambular por
las calles o quizás entrar a un cine a ver alguna película para detener la
furia de lo inevitable, esa marea azul que me cubría como sudor malsano y me
obligaba a morderme los labios para no tomar a alguien de manera sorpresiva y
zamarrearlo por causas que ni yo mismo conocía. Hastío, ganas de estar en otra
parte o desaparecer en algún lugar junto al mar; soluciones que se me mostraban
inútiles. Nadie se ilusiona a mis años cuando se arrastra golpes interiores,
pequeños y reiterados recortes en el optimismo, dudas cada días más espesas y
profundas. No hay nada que decir, igual que un personaje de una tragedia, tan
solo y tan lejos como siempre”. (Heredia)
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